Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100058
Legislatura: 1882-1883
Sesión: 24 de enero de 1883
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 26, 388-390
Tema: Contestando al discurso del Sr. Corradi al apoyar su proposición en el debate sobre el juramento de los Sres. Senadores al tomar posesión de su cargo.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Montejo y Robledo): La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): He oído con mucho gusto, como le habrá oído el Senado, al Sr. Corradi, porque el Sr. Corradi es muy elocuente y es muy instruido; pero yo creo que si el Sr. Corradi se hubiera propuesto un resultado práctico, positivo, la proposición que con tanta elocuencia acaba de apoyar debía haber seguido, en mi opinión, otro procedimiento; porque es claro que el derecho de todos y cada uno de los Sres. Senadores es perfecto y absoluto para tomar la iniciativa en toda clase de cuestiones, lo mismo en las cuestiones sencillas que en las cuestiones más complicadas que se desenvuelven en la política de un país; pero paréceme que aquellas cuestiones que por su índole especial tienen una importancia culminante, pueden dar lugar a grandes debates y pueden excitar las pasiones, como ésta, por las mismas razones que ha dicho el Sr. Corradi, puesto que afecta a las creencias religiosas, a las tradiciones, a la historia y a las costumbres de un país; paréceme, repito, que cuando se trata de buscar un resultado práctico, debían los señores Senadores que pretenden iniciarlas, aún cuando estén frente al Gobierno, que eso importa poco cuando se trata de cuestiones que afectan a los intereses generales de la Nación, debían entenderse con el Gobierno y ponerse, si es posible, de acuerdo con él; porque en estas cuestiones que afectan a intereses tan grandes y tan sagrados, es claro que oposiciones y no oposiciones deben dejar al Gobierno la iniciativa, por ser el que más hondamente puede examinarlas, el que puede tener más en cuenta las consecuencias a que den lugar y los resultados que pueden tener los debates a que estas grandes cuestiones dan siempre margen.

En este sentido, pues, creo yo que el Sr. Corradi hubiera hecho bien en consultar con el Gobierno, y quizá hubiéramos venido a un acuerdo. Claro está que por ello no le dirijo cargo alguno: líbreme Dios de semejante cosa; pero me parece que si el interés del Sr. Corradi era que su proposición hubiera tenido un resultado práctico, debía haber seguido este camino. Ahora, si el interés del Sr. Corradi era exponer sus opiniones sobre este punto, ha hecho bien, y nada tengo que decir.

De todas maneras, el Sr. Corradi pone al Senado y al Gobierno en una dificultad, porque yo no sé qué trámites va a seguir una proposición de ley sobre un asunto que está, por lo que he oído esta misma tarde, pues yo lo ignoraba; que está, digo, sobre la mesa, toda vez que hay un dictamen acerca del particular y que puede traerse a discusión mañana mismo. ¿Qué se hace, pues, con esta proposición? Yo no lo sé. Lo único que podía hacerse en todo caso, si el Senado lo creyera conveniente, era decir que la proposición pasara a esa Comisión, para que la tenga en cuenta y decir si por ella está en el caso de variar o no el dictamen presentado sobre la mesa. Porque lo que es otro camino, yo no lo encuentro. Así es que resulta irregular a mi juicio esta proposición.

Claro es que el derecho del Senador es perfecto, completo y absoluto para que presente proposiciones de ley, aún sobre aquellos asuntos que están para discutirse; pero me parece irregular el procedimiento. ¿Por qué? Porque si el interés del Sr. Senador Corradi es que se realicen las opiniones manifestadas en la proposición, entonces lo lógico es que cuando se discuta el dictamen pendiente manifieste sus ideas, procure convencer a los Sres. Senadores, y por medio de enmiendas o de otro modo, rectifique el dictamen que está sobre la mesa. Y si no tiene ese pensamiento, y se contenta y se conforma con manifestar sus opiniones, con hacer alarde de sus ideas, con ostentar el honor y el orgullo de demostrar su consecuencia, entonces bastaba combatir el dictamen de la Comisión, y de una y de otra forma cumple perfectamente su deseo al señor Senador. Así es que, realmente, esta proposición no va a tener resultado práctico ninguno.

Pero voy a decir al Sr. Corradi una cosa, y es, que me parece que dadas las ideas que ha mantenido aquí con tanta elocuencia, y que ha mantenido siempre, porque esa es la verdad, el Sr. Corradi, en ese punto es modelo de consecuencia; dadas, digo, esas ideas, creo que no procedía la presentación de la proposición de S. S. Porque tres ideas dominan en el espíritu del Sr. Corradi: la Monarquía representativa, la religión y la libertad. Pues bien; la Monarquía representativa está perfectamente definida, perfectamente acatada, perfectamente determinada la fórmula que propone S. S. La libertad también, porque en último resultado, cualquiera que sea la religión que profesen los Senadores admitidos, pueden prestar, no el juramento, sino el compromiso que determina la fórmula del Sr. Corradi. Pero lo que yo no veo bien a salvo es la religión; precisamente S. S. no hace más que cambiar la fórmula del Reglamento por otra, y consiste en quitar la idea religiosa a la fórmula actual.

De manera que si S. S. es tan religioso y cree que la religión es uno de los principios salvadores de la sociedad, S. S. está menos autorizado que nadie para presentar una fórmula de esta índole, porque en puridad, por la lectura que se ha hecho de la proposición, y comparada la fórmula que propone con la fórmula actual del Reglamento, no hay más que una diferencia, y es, que la de S. S. quita el carácter religioso a la fórmula del juramento, sustituyéndolo con la promesa. En todo lo demás casi es lo mismo, fuera de una pequeña diferencia respecto de la legitimidad, en cuya cuestión no he de entrar ahora. Pues bien; yo creía que no estaba el Sr. Corradi en el caso de hacer esa modificación, por sus ideas, por el acatamiento y entusiasmo que tiene por esos tres grandes elementos en que cree que debe descansar toda sociedad política, y toda sociedad en último resultado. Además, Sr. Corradi, en mi opinión, es la fórmula que menos puede avenirse a nuestro pueblo. Todavía comprendo a los que dicen: ?no hay fórmula de juramento, no hay compromiso ninguno,? porque, en opinión de los que tal piensan, es ineficaz, no conduce a nada, y da lugar a protestas desagradables. Lo comprendo; es una opinión. Comprendo todavía que haya algunos que pretendan modificar la fórmula actual del Reglamento; pero no concibo que pretenda modificarse quitándole el carácter religioso de la fórmula actual, en un país como el nues- [388] tro, en el que si se deja a la elección, como yo he podido entrever en el discurso del Sr. Corradi, si se deja en libertad al pueblo de jurar o prometer, conservando todo lo demás de esa fórmula, va a haber muy pocos españoles que prometan, y en cambio habrá muchos, muchísimos españoles que juren.

Pues si la mayoría de los españoles han de jurar y no prometer, ¿por qué hemos de quitar por completo el carácter religioso de la fórmula en un país como este? Yo ya sé que esto no parece bien ahora a muchos; yo ya sé que dirán que esto no es liberal; pero, francamente, al ver lo que pasa en todas partes, como se ha demostrado hoy por el prólogo que ha dado a su discurso el Sr. Corradi, haciendo leer las fórmulas de las Asambleas extranjeras, resulta que algo significan estas exterioridades. Estas exterioridades dan grandeza, importancia, valer, a las Asambleas que se van a ocupar de todo lo que interesa al país en general y en hacer leyes para sus conciudadanos, y esto las diferencia de otra clase de sociedades y de asambleas.

A mí, lo digo con sinceridad, me encanta la peluca del Presidente del Parlamento inglés; me encanta el acto religioso con que hace preceder la apertura de todas sus sesiones; me encantan una porción de cosas que serán exterioridades, será lo que se quiera, pero dan una importancia y un valer a sus sesiones que de otro modo no tendrían. ¿Es que esto se opone a la libertad? ¿Es que esto es un obstáculo al progreso? ¡Ah, señores! Todo lo contrario. En ninguna parte se afianza más la libertad que allí donde al mismo tiempo que se atiende al progreso, resultado de los adelantos de las ciencias y de todo, no se deja por eso de volver la vista atrás, y no se desprecia la tradición, las costumbres y la historia. Señores, hay que ver lo que son esas cosas. Ahora mismo estoy viendo aquellos maceros. Claro está que para el resultado práctico de las cosas no hacían falta aquellos trajes de terciopelo encarnado, aquellas mazas en las manos, aquellos plumeros en las gorras. Pudieran ponerse allí dos dependientes del Senado con el traje ordinario, quizá con una americana. Francamente, señores, en ese caso, ¿tendrían las sesiones la solemnidad debida? Por consiguiente, ¿qué obstáculo hay para que aquellos maceros continúen allí? Es necesario, señores, marchar con el progreso, con la tradición y la costumbre. No se pueden abandonar en un solo día y de un solo golpe. De esa manera se afirma la libertad, y la política puede marchar con esas dos fuerzas que necesita y de que tan elocuentemente nos ha dicho el Sr. Corradi que representaban el partido moderado y el partido progresista. Aún dentro del mismo partido, del desarrollo de una misma política, ha de haber dos fuerzas: una expansiva y otra moderadora.

La fuerza expansiva la constituyen el progreso y el adelanto impulsados y creados por las ciencias, y la fuerza moderadora es la tradición, la costumbre y la historia; que cuando los pueblos no han nacido ni surgido de repente en un día, hay que tenerlas muy en cuenta para la política, porque ese racionalismo a que algunos tienden, ese racionalismo puro y grosero, podrá ser y estar bien fundado en filosofía, pero es muy peligroso en política.

Yo, haciendo el debido caso de las observaciones que ha hecho el Sr. Corradi, que son justas y deben ser atendidas, respecto a la dificultad que surgiría de que un Senador elegido viniera aquí, no siendo católico apostólico romano, y se le exigiera el juramento sobre los Santos Evangelios; yo que no olvido que la Constitución determina que todo ciudadano, todo español es apto para todos los cargos públicos, cualquiera que sea su religión; yo que veo establecida en la Constitución la tolerancia de cultos, yo declaro que la fórmula reglamentaria actual necesita una modificación que la ponga en armonía con la Constitución del Estado, pero conservando el carácter religioso que tiene la fórmula, y dejando al que no sea católico que prometa, si no puede jurar sobre los Santos Evangelios. Hasta ahí puede llegar el Gobierno; ni más acá, ni más allá.

De esa manera están cumplidas todas las aspiraciones; de ese modo no resultará la anomalía de que un ciudadano pueda ser elegido Senador y que sin embargo el Senado le cierre sus puertas y no le admita; de esa manera se cumple y atiende al espíritu de la ley fundamental del Estado, y de ese modo queda al mismo tiempo lo que debe quedar, lo que ha quedado en todos los países. No hay más que una sola Cámara de la que haya desaparecido el juramento, el Congreso general de los Estados alemanes, y allí ha sido por circunstancias especiales, por la diversidad de los elementos que lo constituyen. Por esa razón no han encontrado todavía una fórmula que aúne los diversos pensamientos de aquellos elementos tan heterogéneos; si la encuentran, que buscándola están, tendrán también juramento.

Así es que yo, sintiendo que vengan estas cuestiones tan graves e importantes, que deben afectar a todos los Sres. Senadores, cualesquiera que sean sus opiniones, y puesto que el Reglamento del Senado es deficiente en este punto, como lo será en algunos otros, porque la experiencia habrá descubierto algunas deficiencias en él, como sucede en todos por bien hechos que estén, creo que debe reformarse.

Me parece que lo más sencillo, tratándose de un Reglamento del Senado, era que se formara una Comisión de la alta Cámara, en la cual entraran las personas importantes de cada partido y grupo: que acuerden la reforma del Reglamento, y que en esta reforma entre también la reforma del artículo relativo a la fórmula del juramento, para ponerlo en consonancia con la Constitución del Estado, en lo que no puede haber dificultad, porque cualesquiera que sean las opiniones de los Sres. Senadores en este punto, no han de querer tener un artículo reglamentario que contradiga ni poco, ni mucho, ni nada, la ley fundamental del Estado, a la cual estamos todos por igual obligados; y si el Reglamento del Senado se hubiera hecho después de la Constitución, es seguro que se hubiera puesto en armonía esta fórmula del Reglamento con la Constitución del Estado; pero habiéndose hecho antes, natural es que ahora se reforme el Reglamento, poniéndolo en consonancia con la Constitución, que se hizo después.

De esa manera se conciliarían los intereses, y de ese modo es como puede resolverse esta cuestión de una vez, sin lastimar la conciencia de nadie, sin menoscabar las opiniones de nadie; y así, si el señor Corradi lo cree conveniente, como su proposición puede venir a ser un obstáculo hoy, dado el dictamen que hay sobre la mesa, yo me atrevería a rogarle que la retirara, y una vez retirada, todavía como medio de transacción, yo retiraría también el dictamen que hay sobre la mesa, y en la primera reunión de Secciones me tomaría la libertad de dar esta mi opinión con todo [389] el respeto que el Senado me merece y que al Senado debo. Se nombraría una Comisión compuesta de las personas más caracterizadas de cada partido, para que al mismo tiempo que proponga esta reforma, proponga todas aquellas que la experiencia le aconseje como convenientes. De este modo puede resolverse la cuestión sin que nadie se lastime.



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